lunes, 28 de marzo de 2011


“...Si el terapeuta puede usar indistintamente los canales cognitivo, pragmático y emocional, recurriendo para ello, respectivamente, a su capacidad narrativa para crear historias, a su espíritu práctico para montar estrategias y a su inteligencia emocional para sintonizar afectos, es evidente que los individuos y las familias con los que trabaja pueden también procesar su intervención en esos mismos espacios.
Los individuos perciben y piensan a nivel cognitivo, actúan a nivel pragmático y sienten a nivel emocional. Por su parte, las familias tienen valores y creencias como equivalente cognitivo y realizan rituales como equivalente pragmático. En cuanto al espacio emocional, es obvio que las familias no "sienten", puesto que no son agrupaciones de individuos clonados, pero sí comparten emociones, de distinto signo y en mayor o menor grado.
Por eso, si, trabajando con individuos, el terapeuta tiene la oportunidad de incidir de modo directo sobre las representaciones cognitivas y sobre la conducta con ayuda de las reformulaciones y de las prescripciones, si de familias se trata, ambos instrumentos intervendrán sobre los valores y creencias y sobre los rituales. En cuanto a la inteligencia emocional, incidirá directamente sobre las emociones de las personas, induciendo algunas y diluyendo o reforzando otras, mientras que, a nivel familiar, modificará el espacio donde se comparten las emociones cambiando su composición y la ecuación en que se combinan.
En cualquier caso, si las circunstancias ecosistémicas son propicias y la intervención resulta exitosa, el cambio se generalizará a los tres espacios y afectará, en mayor o menor medida, a individuos y familia. Es entonces cuando se podrá afirmar que han cambiado las narrativas individuales y los mitos familiares y que, si en ese cambio carecen de lugar los síntomas y las disfuncionalidades previos, la terapia ha alcanzado unos resultados razonables. (Linares, 1996)